Ciencia y Esperanza

Hemos preparado una civilización global en la que los elementos más cruciales –el transporte, las comunicaciones y todas las demás industrias: la agricultura, la medicina, la educación, el ocio, la protección del ambiente, e incluso la institución democrática clave de las elecciones- dependen profundamente de la ciencia y la tecnología. También hemos dispuesto las cosas de modo que nadie entienda la ciencia y la tecnología. Eso es una garantía de desastre. Podríamos seguir así una temporada pero, antes o después, esta mezcla combustible de ignorancia y poder nos explotará en la cara.

Popularizar la ciencia –intentar hacer accesibles los métodos y descubrimientos a los no científicos- es algo que se debe hacer, de manera natural e inmediata. No explicar la ciencia me parece perverso. Cuando uno se enamora, quiere contarlo al mundo.

La ciencia puede ser difícil de entender. Puede desafiar creencias arraigadas. Cuando sus productos se ponen a disposición de políticos o industriales, puede conducir a las armas de destrucción masiva y a graves amenazas al entorno. Pero debo decir una cosa a su favor: cumple su cometido.

Para mí, hay cuatro razones principales para realizar un esfuerzo concertado que acerque la ciencia –por radio, televisión, cine, periódicos, libros, programas de computadora, parques temáticos y aulas de clase- a todos los ciudadanos.

  1. A pesar de las abundantes oportunidades de mal uso, la ciencia puede ser el camino dorado  para que las naciones en vías de desarrollo salgan de la pobreza y el atraso.
  2. La ciencia nos alerta de los riesgos que plantean las tecnologías que alteran el mundo, especialmente para el medio ambiente.
  3. La ciencia nos enseña los aspectos más profundos de orígenes, naturalezas y destinos: de nuestra especie, de la vida, de nuestro planeta, del universo.
  4. Los valores de la ciencia y los valores de la democracia son concordantes, en muchos casos indistinguibles. La ciencia y la democracia empezaron -en sus encarnaciones civilizadas- en el mismo tiempo y lugar, en los siglos VII y VI a.C. en Grecia.

La ciencia confiere poder a todo aquel que se tome la molestia de estudiarla (aunque sistemáticamente se ha impedido a demasiados). La ciencia prospera con el libre intercambio de ideas, y ciertamente lo requiere; sus valores son antitéticos  al secreto. La ciencia no posee posiciones ventajosas o privilegios especiales. Un ser extraterrestre recién llegado a la tierra – si hiciera un examen de lo que presentamos principalmente a nuestros hijos en televisión, radio, cine, periódicos, revistas, cómics, y muchos libros- podría llegar fácilmente a la conclusión de que queremos enseñarles asesinatos, violaciones, crueldad, superstición, credulidad y consumismo. Insistimos en ello y, y a fuerza de repetición, por fin muchos de ellos quizá aprendan. ¿Qué tipo de sociedad podríamos crear si, en lugar de eso, les inculcáramos la ciencia y un soplo de esperanza?.

Carl Sagan

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